viernes, 21 de febrero de 2014

Un niño grande

Era un niño grande lleno de deseos. A Roberto no le gustaba su nombre. De hecho, lo detestaba con todas sus fuerzas. No le gustaban sus amigos, no le gustaba su trabajo, no le gustaba su vida, no le gustaba nada… excepto sus deseos. A ellos se aferraba como un moribundo a la vida. Era lo único valioso que tenía. El problema es que los deseos, por definición, son todo aquello que nos gustaría tener  pero no tenemos. Al menos no en el presente. Y en el futuro Dios dirá. Dios, o quien lo tenga que decir, si es que es alguien quien lo tiene que decir.

Roberto vivía pues, lo que podríamos llamar un presente de mierda, envuelto por un pasado de mierda y por un futuro que siempre se esperaba mejor. Ahí estaba la clave, en el futuro. En el futuro todo iría mejor. Pero, ¿cuánto tiempo había pasado ya desde que Roberto pensaba de esta manera? El niño grande contaba ahora mismo con 49 años, al borde del medio siglo, y llevaba unos cuantos albergando esas mismas esperanzas acerca del futuro. Cuando el niño grande no era tan grande, y apenas contaba con una decena de primaveras, ya se metían con él en el colegio a más no poder. “Los niños son crueles” se diría Roberto a sí mismo años después a forma de consuelo. Pero él también era un niño y no era nada cruel. Algo en su teoría estaba erróneo. Por aquel entonces empezaron ya los anhelos de un futuro mejor. ¿Se refería exactamente a un futuro en el que contara con la mitad de un siglo a sus espaldas? No exactamente. La trampa de sus anhelos radicaba precisamente en que no tenían una fecha de caducidad, un tope en el que decir “¡Ya está bien!”. No, sus anhelos eran siempre indefinidos. Podían atravesar épocas de mayor o menor fuerza, de más o menos convencimiento, pero al final era lo único que le quedaba, y debía darle crédito. Roberto no se planteó nunca un limpio rasuramiento de venas, ni una bonita sobredosis de cualquier pastillero que pudiera encontrar por ahí. No le hacía falta, aún conservaba sus esperanzas, si no intactas, sí más o menos enteras, y con eso bastaba. El niño fue creciendo, se fue metiendo en más problemas, su nombre no mejoraba, el infierno escolar dio paso al anodino mundo universitario, y éste al tedioso trabajo al que dedicaba de 8 a 9 horas al día, 5 días a la semana, cuando no tenía que quedarse porque en su empresa tenían picos de trabajo.

¿Amigos? Roberto bien podría haberse reído con fuerza al escuchar semejante palabra a sus casi 10 lustros de vida. En realidad, desde aquellos años especialmente cruentos que pasó en su primer colegio, desde los 12 hasta los 14 años aproximadamente, su territorio social no volvió a levantar cabeza. Desde luego, aquello había sido para vivirlo. Desde luego que sí. Roberto obviamente conoció más gente en su segundo colegio, y mucha más en la universidad, pero ya nada era limpio. Siempre hubo un fondo cenagoso sobre el que cualquier relación amistosa que Roberto quisiera establecer se asentaba. Más bien era un fondo lleno de mierda humana y excrementos de paloma, mezclado y reconcentrado al sol. Al poco, aquello olía peor que cualquier estercolero de pueblo, y Roberto terminaba siempre apartándose, huyendo y refugiándose en sí mismo. No se encontraba así especialmente feliz, pero en fin, algún día esa felicidad llegaría, ¿no es cierto? Pero de aquellos años universitarios habían pasado casi 30 y no se tenía noticia alguna sobre esa felicidad. Los pocos conocidos que dejó la universidad no hicieron sino diluirse en los años posteriores, hasta perder por completo contacto alguno.

Si mencionamos la palabra “amor” o “pareja”, es muy posible que Roberto dé un respingo y una expresión sombría llene su rostro, al menos por unos instantes - los anhelos de futuro son muy fuertes y enseguida vendrán al rescate para suavizar la grave mirada -. Roberto siempre había mirado con envidia a sus compañeros con pareja, con rollitos de fin de semana, o simplemente que trataban de ligar como pudieran allá donde iban. Él, cómo no, se veía incapaz de llegar a más con una chica, pero – no preocuparse, ¡esperanzas al rescate! – siempre se decía que ya llegaría el momento para eso. Las consignas que le daban sus amigos, incluso sus padres, sobre que el amor no se buscaba, que cuando menos lo pensara lo encontraría, que todo a su tiempo, que no tuviera prisa por crecer y hacerse mayor, que luego de todo se cansa uno, no ayudaban especialmente. Lo que no podían prever – o quizá sí y les importaba un pimiento – es que Roberto tendría tan poca prisa por crecer que llegaría al medio siglo de vida como un niño grande. Los años se sucedían, y el niño adolescente que a los 20 no había perdido la virginidad, siguió sin perderla a los 30, y a los 40 le acompañaba su amiga fiel Virginidad. Nunca se deshizo de la muy perra. Pero bueno, aún quedaban años, ¿no? Quizá con mujeres de sus edad, quizá no pudieran ya concebir, quizá el arroz se estaba pasando ya en la nevera, pero quizá aún pudiera tener algo, pudiera conocer el sexo (que no era un cura, coño), o quizá pudiera enamorarse y ser correspondido. Porque podría decirse que enamorado ya había estado, y hasta en 3 ocasiones, pero ciertamente se forzó a olvidar a las susodichas (¿afortunadas?) y se esforzó aún más por no volver a fijarse en nadie si antes no tenía pruebas fehacientes de que los sentimientos iban a ser mutuos. Como si los sentimientos pudieran controlarse de esa manera. Claro que, lo que Roberto no sabía, es que todo ese aparente “autocontrol” tenía un precio, un alto precio. Ese precio era el total descontrol que en el fondo tenía sobre su vida. Porque había convertido su vida en una hipotética proyección de futuro que no llegaba jamás. Cáscara vacía, que ya empezaba a romperse.

No era raro encontrar a Roberto haciendo cábalas sobre los años que aún le podían quedar vivito y coleando. No llevaba mala vida, se cuidaba, hacía ejercicio, comía bien. Nunca había tenido graves enfermedades… teniendo en cuenta que la esperanza de vida para los varones rondaba los 80 años, fácilmente podría superar esa cifra. Tampoco quería pasarse de optimista, pero leche, ya que la mayoría de las cosas le habían ido tan mal (¿le había ido algo bien, en realidad?), ¿no sería posible ser algo longevo, al menos? Al menos había tenido tiempo de cuidarse y de llevar una buena vida en lo que a salud se refiere. 85 no parecía mala cifra. Y al menos hasta los 80 en plenas facultades. Sí, hasta de despedir de una vez por todas a su eterna amiga Virginidad. Eso le daba 3 décadas. Tanto como había pasado desde que comenzara sus andanzas universitarias. Y eso era mucho tiempo. Bueno, en realidad no tanto, su vida desde que estuviera en la universidad se había pasado ante un suspiro ante su mirada, y él había sido un mero espectador. La peli había sido larga sí, pero como toda peli se había terminado ya. Y él no había intervenido en ella. Ni papel protagonista, ni siquiera un secundario o un triste cameo. Nada. Pero ahora empezaba otra peli nueva, igual de larga que la anterior. Un buena sesión de tarde, que habría de durar hasta la noche. Era difícil pensar ya en el final en esos momentos, cuando las 3 décadas apenas daban comienzo (de hecho, aún faltaban 5 meses para su quincuagésimo cumpleaños). Tendría tiempo de hacer tantas cosas, de recuperar tanto tiempo perdido…

Roberto siempre se decía que nunca era tarde si la dicha era buena. Y la dicha era muy buena. Era enmendar todo lo que había hecho mal, el mal rumbo que había seguido en su vida, en lo social, en lo profesional, en lo familiar, en lo más íntimo y personal… Proyectos inacabados, la mayoría siquiera empezados o esbozados en nubes de ensueño… Ahora todo podría por fin ser plasmado en un papel. Por fin podría coger papel y lápiz y ponerse a escribir, hacer algo productivo, ser alguien… Ya desde que era un renacuajo le había gustado mucho realizar las redacciones que le mandaban en clase. Plantearse ser escritor, o siquiera escribir algo de vez en cuando, era algo que, como a estas alturas ya se dará por sentado, a Roberto se le escapaba completamente de la cabeza… “Si acaso dentro de un tiempo, cuando termine el colegio, y esté en la universidad y tenga más tiempo”, “cuando termine la universidad y ya tenga un trabajo en el que solo tenga que asistir 8 horas al día, y no haya estudio, ni deberes, ni más responsabilidad…”, “me lo propondré como propósito de año nuevo” – se planteaba unas navidades cualquiera. Pero la hoja siguió en blanco eternamente y Roberto nunca llegó a escribir ni una sola línea. Ahora le quedaban unos 15 años para jubilarse y tener todo el tiempo del mundo. Cuando se jubilara, podría hacer todo lo que no había hecho durante los primeros 65 años de su vida. Sin embargo, en los 15 años que le quedaban para también podría acometer muchos de esos proyectos, no hacía falta esperar tanto. Nunca era tarde si la dicha era buena, ¿no?

Pero los años pasaron y Roberto no cambió. Los años pesan mucho, y no solo en la piel o en la degeneración de los órganos. Las neuronas se enquistan y uno empieza a repetir el mismo patrón de comportamiento un día, y otro, y otro… y la jubilación llegó, y con ella el tiempo libre… y el hastío de vivir. Su cabeza era incapaz de adaptarse a estas alturas a la nueva inyección diaria de tiempo libre. Sobredosis. Eso le dejaba KO una semana sí y otra también. Aturdido, sin saber qué hacer, con el norte perdido. Decía Morgan Freeman enCadena Perpetua que en Shawshank te institucionalizas de tal manera que tras 30 años en prisión, el mundo libre de ahí fuera te parece hostil, frío y ajeno. Rezas por morir entre rejas. Algo parecido le ocurría a Roberto. Había vivido en una jaula los años de colegio, de universidad y su larga y anodina trayectoria laboral, y ahora no sabía – o no podía – vivir fuera de ella. O quizá simplemente su propia existencia era una jaula de principio a fin, cuya llave tiraron al mar el día de su nacimiento.

Jubilación que pasa ante sus ojos. Hasta el día de su muerte. ¡Esperad! Aún faltan un día o dos para su muerte. Roberto, narrador en tercera persona de su propia historia, aún vive. Yace eso sí, en su lecho de muerte. Ya no le queda más tiempo. Vida desperdiciada, tirada al retrete. Pero al fin la jaula se abrió. El médico fue a visitarlo a casa, él no podía moverse. Y la sentencia de jaque mate fue el mayor de los alivios, la mejor experiencia de toda su vida. Por fin el futuro había dejado de tener sentido. Habían cortado la cabeza del estafador de un solo tajo. Una semana de vida, 2 o 3 días más como mucho. No podía llamársele a eso realmente futuro. No al menos un futuro de las dimensiones que Roberto estaba acostumbrado a contemplar. Finalmente, moriría con el horrible nombre con el que nació: R-o-b-e-r-t-o, con todas sus letras. Su amarga compañera Virginidad lo acompañaría en su lecho de muerte en el viaje al más allá. Su vida habría sido un auténtico desperdicio, tal y como un perspicaz lector podría prever. Sin embargo, no todo había sido en vano. El fantasma de los deseos perdidos, del “Ya me pondré mañana”, de los anhelos de futuro, había sido eliminado de su vida. Precisamente ahora, que ya no le quedaba vida. Precisamente por eso.

No todo estaba perdido. Aquí y ahora, en este lecho de muerte que le huele a dulce enfermedad (donde va a parar con aquel putrefacto olor cada vez que se acercaba a alguien), Roberto escribe en unos pocos folios la crónica de su vida. No es ambicioso: el tiempo es oro y se le termina. No intenta dar más detalles de los necesarios. El lector podrá hacerse somera idea de la situación. De lo que ha sido su corta y amarga vida. Con seguridad será lo último que haga en vida, pero con seguridad no se quedará inacabado. Esta vez lo ha empezado, y esta vez lo va a terminar. Si fuera posible hacérselo llegar a su yo del pasado, si existiera un máquina del tiempo con la que mandárselo de alguna manera… Sin embargo, eso no es posible. Roberto lo sabe y no le queda más tiempo. Para él ha sido demasiado tarde. Es causa perdida. ¿O quizá no del todo? Quizá sus líneas no puedan llegarle al Roberto, niño pequeño. Quizá tampoco al Roberto niño grande, más cercano en el tiempo, pero aún así infranqueable para el dios de las agujas. Pero quizá sus líneas puedan llegarles a muchos otros niños pequeños y niños grandes que, como Roberto, han empezado o llevan ya más de media vida arrojando su tiempo al retrete del olvido y de la mierda. Quizá muchas otras vidas aún no estén perdidas. Quizá mi anodina vida finalmente sí haya servido para algo de provecho. Irónicamente, cuando se me escapaba de las manos en los segundos finales.



A todos los niños pequeños y grandes que se sienten espectadores de su propia existencia. Que mis líneas os alumbren y os ayuden a tomar las riendas del papel principal.



Roberto, 22 de enero de 2097

Las máquinas pensantes

Ellos dos no habían sido siempre enemigos. Incluso hubo una época en que se quisieron. Sin embargo, de eso hacía ya como cosa de año y pico, y es que en esto del amor un solo año puede significarlo todo. El caso es que el sentimiento amoroso primero se apagó, para después tornarse en un auténtico infierno: ahora jugaban a hacerse la vida imposible. Se dice que del amor al odio hay un paso, pero es mentira: en realidad, hay un conjunto de pasos, específicos y determinados, tras los cuales la totalidad del cariño que sentías por la otra persona se ha transformado en rabia y desprecio.
Si le preguntáramos a Jorge, o si hiciéramos lo propio con Clara, ninguno de ellos sabría explicarnos el por qué. Y es que en el interior de esas máquinas pensantes que llamamos cerebros no quedaba un rastro de buenos sentimientos hacia el otro. Y claro, cuando el cerebro no siente algo, tampoco puede explicar racionalmente nada sobre ese algo.
Así  que tenemos a Clara y a Jorge, que tantas proclamas hicieran sobre su felicidad en compañía y sobre lo afortunados que eran por tenerse el uno al otro, maquinando todo tipo de argucias para joderse lo más posible. Y no se andan con chiquitas. En ocasiones, involucran a terceras personas en el “juego”. Es curioso como normalmente con dos se bastan y se sobran a la hora de darse arrumacos, pero suelen precisar de terceras y cuartas cabezas cuando de lanzarse al degüello se trata. Y no estamos hablando de un amor de verano - ni de primavera, ni de invierno -. Resulta que Clara y Jorge llevaban saliendo 5 años antes de “dejarlo” definitivamente. Claro que el último fue de aúpa. Podría decirse que ahí comenzó esa transición, esa serie de pasos – ineludibles una vez que se comienzan – que terminaba inevitablemente en el odio, la repulsión y el desprecio activo que busca siempre la manera de hacer alguna putada a la otra persona. Y como podemos imaginar, con toda la información acumulada sobre alguien a lo largo de 5 años de noviazgo se puede llegar a hacer mucho daño. Vídeos innombrables que vieron la luz, lote de destrozos varios en cierto vehículo, desvalijamiento completo de la propiedad intelectual sobre ciertos escritos, utilización de amigos que, sin saberlo, colaboraban en las oscuras intenciones de los implicados… Por poner algunos ejemplos. Una espiral que se retroalimenta y que en un solo año ha fomentado un odio que sus “enamorados” cerebros de hace dos podían siquiera concebir. Y todo esto sin que sus causantes puedan dar una sola causa convincente.
¡Será cabrón! Estoy de este tío hasta las pelotas… Primero me deja, luego se enrolla con la primera que le dice que sí a las dos noches. Y para colmo le ha entrado manía persecutoria conmigo. Te juro que como lo agarre… Pero no, ya no puedo ir de frente. Tendré que jugar sucio como está jugando él. No se va a salir con la suya tan fácilmente. No sabe con quién se ha topado…
O algo del estilo:
No sé cómo pude aguantar 5 años a una puta semejante. Desde luego, a veces me maravillo de mí mismo. Deberían darme un premio o algo así. No se va a cansar de joderme hasta el puñetero fin de sus días. Primero me fríe durante 5 años hasta que se me cae la piel a tiras y no me queda ni un trozo en todo el cuerpo, y ahora que logro apartarla de mi vida, me sigue jodiendo desde la distancia. Es increíble que exista gente así por el mundo…
En resumidas cuentas, lo más cercano a una razón del origen de todo esto que Clara podría darnos es el sempiterno mundo del “Me ha abandonado como a un trasto viejo” o su primo vecino “Siempre estaba con que le agobiaba y quería tiempo para él y sus amiguitos”. En cuanto a Jorge, lo único que podría alegar en estos momentos sería un “Era una tía muy dependiente. Siempre estaba encima de mí y no me dejaba tiempo ni para respirar” o como mucho “Yo la quería, pero es que me dio a elegir entre ella, ella o ella. Era ella o un mundo lleno de vida y posibilidades.”
Si queréis oír mi opinión: pamplinas. Sus máquinas pensantes, también llamadas cerebros, piensan, sienten, recuerdan, anhelan e imaginan, todo a la vez. Y en estos tiempos que corren, casi dos años después de la ruptura y con más de 12 meses buscando la manera de hacer un poquito más de daño al otro, esas máquinas pensantes o cerebros que están en lo alto de sus cabezas son incapaces por completo de reproducir en tiempo real todos aquellos sentimientos de amor que se profesaban al principio, aquellos momentos de tedio que fueron viniendo después, o aquellos arrebatos de odio que supusieron el colofón final a los 5 años de relación. Una canción que sonaba en un disco de vinilo ahora estropeado, y que nuestro mp3 nuevo es incapaz de reproducir. No está grabada en ningún sitio, y el mp3 necesita esos bits de información por algún lado. Mala suerte. Ni Clara ni Jorge tienen ya rastro alguno de esos bits. Y desgraciadamente - ¿desgraciadamente? – no hay nadie más, ningún observador externo – ninguna grabadora que grabara la canción desde la antigua gramola – que pueda reproducir esos antiguos sentimientos, a la par que los actuales, y establecer un análisis completo del cómo se ha podido llegar a esto.
Bueno sí, quizá sí exista ese alguien. Yo, el narrador, el que escribe esta historia con un poder absoluto sobre sus protagonistas. Yo conozco todos los motivos internos que llevaron a Clara y a Jorge a mutar todas y cada una de sus opiniones sobre el otro, desde aquel bonito día de la primavera de 1999 hasta hoy, frío 23 de enero de 2006.  Sin embargo, es posible que yo tampoco lo sepa, y me asusta mucho esa idea. Porque aceptando el hecho de que Clara y Jorge son solo un producto de mi mente – de nuevo, una máquina pensante trabajando sin tregua -, quedaría por resolver cuáles son las razones que le pueden llevar a un chico como yo, en este 7 de septiembre de 2013, a escribir algo así. Y de nuevo, la máquina pensante que descansa sobre mis hombros se queda sin respuesta, quizá arguyendo torpes motivos como un “Estoy muy decepcionado con el amor. Fui muy feliz durante 4 años con una pareja, pero por circunstancias de la vida todo se terminó y no levanto cabeza”, o incluso un “Intento verme reflejado de alguna manera en algún escrito, haciendo del acto de escribir una forma de desahogarme y plasmar en el papel que la situación que me gustaría vivir con esa persona ya no es posible”. Pero no tratemos de engañarnos. Una vez más debo calificarlo de pamplinas. Soy el único espectador completo de mi vida, pero soy un espectador defectuoso. Como Clara y Jorge, soy incapaz de simultanear mi yo de hace 4 años con mi yo de ahora. Estamos simplemente desconectados. Un autor al que si le preguntas por qué escribe cosas que le parecen tan crudas y absurdas no te podrá dar una razón de verdad. Porque no puede ser realmente consciente del cambio al que su cerebro ha ido jugando. Es una pena, porque, aunque exista por ahí algún otro narrador omnisciente de mi vida, que lo sepa todo de mí, y además lo contemple en perspectiva, jamás podrá ponerse en contacto conmigo, al igual que yo no puedo comunicarme con Clara ni con Jorge.
Y es que estas máquinas pensantes nuestras parecen verdaderas máquinas de matar. Letales como nadie: te van induciendo a actuar de determinada manera, dirigiendo tu vida por un camino que se van marcando, para después dejarte sin explicación las muy pérfidas. Y encima, para colmo del retorcimiento, se inventan historias en las que ellas mismas son protagonistas, en las que se hacen una autocrítica voraz – inclusive se tachan hasta de máquinas de matar -, en las que parecen hacer alarde de ser conscientes de todas estas situaciones vitales tan absurdas y que ellas mismas ocasionan, historias que después son leídas por otras máquinas pensantes que recogen el mensaje aceptando la autocrítica para que después, por su propia naturaleza, lo terminen olvidando por profundos surcos del cerebro – discos de vinilo que se rompen -  y, lo más alucinante de todo: historias que terminan con un final en el que las máquinas pensantes se desenmascaran por completo ante ellas mismas, pero ninguna puede hacer nada por cambiar la situación, ni la que escribe ni la que lee. Porque algo se les escapa. Algo se nos escapa. Algo se me escapa.
Al fin y al cabo, ¿por qué coño estoy escribiendo yo algo así?

viernes, 26 de julio de 2013

Itinerario línea 2

Itinerario línea 2 completado: la Elipa - Las Rosas, Las Rosas - Cuatro Caminos, Cuatro Caminos - la Elipa







¡¡Y al fin llegó mi línea!! Fin de semana completito, en el que había que "prepararse" mínimamente para la que se avecina. Como esta es la línea más corta de la red (quitando la 11), aumenté un pelín el desafío haciéndola completa de ida y vuelta. 14 km que se convirtieron en 28 (en realidad 33 o 34, según el GPS) por un apacible paseo por zonas siempre cercanas y conocidas a mi barrio. 

Comencé enfilando Marqués de Corbera, buque insignia de la Elipa junto con el famosísimo - en todo Madrid y parte del extranjero - dragón. Primero tocaba llegar hasta el vecino barrio de las Rosas, donde se prolongó el Metro en la última ampliación, pasando por la valla del cementerio de la Almudena. Luego en las Rosas hay hasta tres paradas de Metro: Alsacia, que está donde el Carrefour de la Rosas, buque insignia de este barrio (lo siento, no hay comparación entre buques...); Avenida de Guadalajara y las Rosas. Voy especialmente lento hasta allí, perdido en mi nube gris de pensamientos, me doy media vuelta y otra vez a pasar por mi barrio.

Para un paseo que se prometía tranquilo, sin prisas y sin incidentes se pone a llover con rabia. Típica tormenta de verano. Y yo sin paraguas y en tirantes. Pero mejor. El cielo y el tiempo están acordes a mi estado de ánimo. Un fin de semana intenso deportivamente pero duro para la mente. El pasado agita sus flecos y atiza fuerte. Pero no me rindo y sigo adelante, el camino esta vez no será largo.

Aprovechando que tengo que pasar de nuevo prácticamente por delante de mi portal, subo a casa a por un paraguas, que no tardo en agradecer al caer aún más fuerte a mi paso por la Puerta de Alcalá. Mírala, mírala, y déjala de mirar que llueve muy fuerte. Es hora de llegar a Sol, y, una vez más subir hacia Plaza Castilla. Ahora por San Bernardo y el tramo de Bravo Murillo que me quedó el día anterior hasta llegar y quedarme en Cuatro Caminos. Aunque más que quedarme, dar media vuelta para volver por donde había venido. Pensaba darme una buena comilona para cerrar el finde y la semana, pero decidí hacerlo ya en casa con la socorrida comida a domicilio. Probé la del Foster, e igual de rica que en sus restaurantes. Una delicia de hamburguesas.

Y aquí lo dejo, que me comí la hamburguesa viendo la primera peli de la trilogía Before, y quiero ver la segunda antes de partir mañana. La tercera habrá de esperar, al otro lado del túnel...

Seguimiento GPS (a partir del km 33 aproximadamente, que termina en mi casa, el resto del trazado sobra, se quedó pillado el Endomondo y me contó la ida al trabajo en coche...):

http://www.endomondo.com/workouts/218878213/4090860



Itinerario línea 1


Itinerario línea 1 completado: Puente de Vallecas - Valdecarros, Valdecarros - Pinar de Chamartín







Quizá sea este momento de ocuparse de otros asuntos. Ya estamos en la víspera de la gran aventura, a escasas horas de salir para la primera etapa de Manzanares el Real. Pero si dejo la publicación de las dos últimas líneas de metro para mi vuelta, a saber qué es ya de ellas en mi cabeza...

Este fin de semana pasado, que era el último que pasaría en Madrid antes de partir para el Camino, decidí darme sendas caminatas sábado y domingo, por aquello de hacer una burda simulación del tema de andar varios días seguidos. Así pues, el sábado le tocó el turno a la línea 1, la vallecana por excelencia. El domingo, bastante más relajado, le tocaría el turno a la mía, a la 2.

En general, y después de haber hecho la 10 hace un par de semanas, el recorrido no supuso ningún problema para mi, salvo quizá el hecho de la excesiva prisa que llevé todo el rato, pues salí sobre las 4 y media de la tarde, y tenía planeado salir por la noche para "despedirme" también de la vida nocturna por una temporada. 

Así pues, cogí con mucho ímpetu el trayecto hasta Vallecas, atravesando Moratalaz y recordándome al que tantas veces he hecho en coche para ir a mi peluquero o visitar a mi abuela. Probablemente sea de los caminos hecho en coche más transitado por mi, aunque no fuera aún como conductor. Seguí avasallando por la Albufera, yo creo que igualando mi propia velocidad por esta avenida en la San Silvestre Vallecana: con la lengua fuera y demasiado lento para estar corriendo (es cuesta arriba y son los 2 últimos kms de carrera); a un paso imparable para estar andando (acababa de salir, con mucho ímpetu y llevaba prisa).

Sin embargo, ritmo tan alto me pasó factura, y fue al llegar al primer destino parcial: Valdecarros. El calor por el desierto que es el Ensanche de Vallecas a esas horas del día y la inusitada distancia y aspereza del paisaje me pulverizaron y la vuelta hasta el Puente de Vallecas fue lenta y penosa. Recobré fuerzas, una vez más, entrando ya en el cordón central de Madrid, y llegué a Atocha con nuevos bríos. Una vez más, la impresión de que el núcleo central de Madrid es el que más rápido y llevadero de hace. En un pispás me coloco en Gran Vía, y de ahí ya subir hasta la Plaza Castilla no era gran cosa. Sobre todo después de hacerlo por segunda vez en estos trayectos, tras la experiencia por la Castellana de la línea 10, un domingo una o dos horas más tarde y con mucho más camino por delante. Esta vez el ascenso fue por la paralela Bravo Murillo, compartiendo el tramo de la atestada y comercial (ambos adjetivos suelen ser sinónimos) calle Fuencarral.

Una parada en Cuatro Caminos a comprar la cena en un Carrefour (no había tiempo para zarandajas, ni cena en casa ni en restaurante ni nada; compra rápida y comida sobre la marcha) y me planto en Plaza Castilla. Esta vez, casi el final de trayecto. Tramo compartido con la 10 hasta la estación de Chamartín, y en esta ocasión dejar de lado el descampado de homeless para atravesar la estación y al otro lado alcanzar Bambú y, desembocando en la majestuosa Arturo Soria, la meta, Pinar de Chamartín.

Vuelta a casa en metro (harto del azul claro, me cogí la 4 con transbordo en Goya). Ducha, pequeño arreglo y a despedirse de la vida nocturna en el Moondance. Igual de divertido e igual de simplón que siempre.

Lo primero es lo primero, y, si algún día vuelvo de esta inminente aventura y vuelvo a andar, aún me quedan la 4, la 8 y la 9, pero parece viable "hacer transbordos", tipo Valdecarros - Pinar de Chamartín (línea 1), Pinar de Chamartín - Argüelles (línea 4). En realidad se continúan y ambas forman una superlínea 1+4. Quién sabe...

Os dejo el seguimiento GPS:

http://www.endomondo.com/workouts/218878213/4090860



jueves, 11 de julio de 2013

Itinerario línea 10

Itinerario línea 10 completado: Plaza de España - Cuatro Vientos, Cuatro Vientos - Ronda de la Comunicación




Por fin llegó el momento de hacer la temida línea 10. No pude aguantar más, y ayer por la tarde, a pesar de que ya eran más de las 5, me lié la manta a la cabeza y me propuse hacer la 10 entera (en zona A, claro) aunque me dieran las 2 de la madrugada. Y así fue. Llegué a casa a las 2 menos 10 
Paso a resumir el camino y la experiencia:

Eran las 5 y 20 cuando salía de casa, la Elipa. El calor era absolutamente infernal a esas horas. El primer paso era enlazar con la línea 10 en Plaza de España, el punto más próximo a mi casa para hacer primero el tramo sur de línea. En una hora larga aterrizo en Plaza de España y me encamino cuesta abajo hacia Príncipe Pío, el río Manzanares y el otro lado, Paseo de Extremadura arriba esta vez. Pero resulta que una vez en Alto de Extremadura (recorrido de la línea 6 del otro día) aún queda mucho, mucho Madrid siguiendo recto el Paseo de Extremadura. De hecho, no es hasta el km 10 de la A-5 aproximadamente que ya las aceras se desvanecen y la delgada línea que separa Madrid de Alcorcón se impone inexpugnable. Hasta entonces, metros y más metros de monótona carretera con un calor insoportable. Con continuos tragos de agua y cambios de la misma al canario. Pero no pasa nada, porque el destino parcial se acercaba: Cuatro Vientos ya estaba ahí.

Para otras ocasiones quedará comprobar si se puede llegar andando sin ir por el arcén de la A-5 a Alcorcón. Hoy quedaba mucho tajo todavía. Media vuelta en Cuatro Vientos y vuelta por donde hemos venido... hasta llegar al desvío de la carretera de Boadilla, que tantas veces me llevó a el Tiemblo, donde siguiendo el mismo camino exacto de la línea 5, aterrizo en Casa de Campo. Curioso, aquella vez era para alcanzar la meta final de mi recorrido. Esta vez, apenas el comienzo de una línea que termina más allá de las 4 Torres. Sin embargo, eran ya más de las 8: más tarde que aquel día. Ironías de la vida.

Ahora tocaba adentrarse dentro de la Casa de Campo, atravesando zoo y parque de atracciones. Batán y Lago. Así alcanzamos de nuevo Príncipe Pío y Plaza de España. Mismo lugar. 3 horas más en el reloj.

Ahora empieza lo bueno. Cerca de las 10 de la noche. Gran Vía para arriba, pero no para volver a casa, sino para subir más allá de las Kio, de las 4 Torres y de mi misma oficina. Enfilo Fuencarral (no, la estación "aún" no, es solo la atestada calle comercial), desemboco en Alonso, y pillo al fin la prestigiosa Castellana. Desde Gregorio Marañón hasta Plaza Castilla, pasando por el estadio de los blancos. Se confirma una vez: lo que desfila más rápido ante mis ojos - y mis piernas - el núcleo urbano de Madrid (Plaza de España - Plaza de Castilla). Una vez bajo las torres inclinadas, hago la "tontería" de desviarme de la Castellana para pasar por la estación de Chamartín, también de la 10 (manías mías perdonadme). A punto estoy de perderme un poco antes de vovler a salir a la Castellana a la altura de las Torres, no sin el consabido campo través plagado de homeless.

Una vez a la altura de la Paz, cruzo la M-30 (o el entramado de carreteras conocido como nudo Norte) no por el hospital como acostumbraba a hacer cuando hacía una visita a la Vaguada, sino por la acera de en frente según subes, justo bordeando la piscina de la EMT (canto a los viejos tiempos).

Ahora me adentro en el barrio de Fuencarral - creo - que tiene toda la pinta de un pueblo independiente de Madrid. Pero es Madrid, el distintivo de los rótulos de las calles lo atestigua. Prosigo hacia el barrio de reciente acuñe Montecarmelo, no sin antes meterme literalmente por un cruce no peatonal de carreteras. Menos mal que me acompañaba la hora: un domingo a las 12 de la noche no suele haber mucho tráfico. Así consigo llegar a Montecarmelo, y es aquí donde la línea 10 pega un giro brusco para meterse en las Tablas, otro de los barrios de nuevo acuñe.

Pero aquí llego al tramo que más temía desde las lejanas 5 de la tarde en que salí de casa: el túnel de anillo verde ciclista que une las Tablas con Montecarmelo, de unos 500 metros y totalmente desierto. Tantas veces lo crucé en bici, e incluso alguna andando, pero nunca a estas horas. Sin embargo, temores infundados porque allí no había ni hálito de sospecha. Una vez al otro lado, ya estaba hecho.

Triunfal pasé por delante de mi oficina, donde a plena luz del sol me tiro las mañanas muertas, seguí en el paseo que debería darme a diario de no tener coche para volver en metro a casa, y así alcancé el metro de las Tablas, comienzo a su vez del ML1 (para otro día, sí).

Y ya, para poner la guinda al pastel, enfilo la avenida que tantos días han pisado mis neumáticos, para acabar en la entrada del "nuevo" complejo de Telefónica: 4 imponentes edificios de cristal donde miles de personas literalmente "viven" - atrapados o no, ya es cuestión moral - desempeñando sus variopintos cargos en el gigante de la telefonía en España y parte del extranjero. Interesante analogía podría hacerse con un castillo medieval con sus mazmorras y todo, porque tardé 15 minutos de reloj en llegar a su núcleo y alcanzar la boca de metro. La última. A pesar de la absoluta soledad, 3 guardias de seguridad la custodiaban. Cuánta buena falta harían esos guardias en tantos sitios...

Y, evocando aquella tarde domingo de hará unos 7 años en la que emergí de esa misma boca sobre las 9 de la noche con La paz de tus ojos de LOVG en los oídos, y el único objetivo de llegar como pudiera a reencontrarme con la civilización en mente, me sumerjo tras 8 horas de travesía en las profundidades del subterráneo. 1 de la madrugada.

Tardes de domingo raras. Malos tiempos, buenos tiempos.

Esta vez, Aves de paso de Sabina en los oídos. Una picarona sonrisa de incertidumbre en la mente. Aún no sabía si llegaría a tiempo a todos los metros, o si se me cerraría la puerta en las narices.

Itinerario línea 6

Ruta línea 6 completada: Manuel Becerra - Manuel Becerra








Bueno, el otro día, que no disponía de demasiado tiempo y por la noche era la final de la Confe, decidí irme a andar, esta vez a la circular, que son unos 25 km pero que tengo al lado de casa (Manuel Becerra) y al terminar iba a acabar también muy cerquita para poder ver el partido por ahí.

Por esa razón dejé mi antiguo proyecto de hacer la 6 + 11, desviándome en Plaza Elíptica para ello y metiéndome en Carabanchel. Así podría haber despachado las 2 líneas a la vez, porque sino la 11, tan cortita pero al otro extremo de Madrid, me quedaría colgando. Pero como iba justo de tiempo, ya lo haré para otra ocasión (y aprovecho para hacer el recorrido en sentido inverso jeje).

Paso brevemente a describir mi andanza, que completé precisamente con la camiseta del 6 de la selección:

Tras llegar en seguida a Manuel Becerra, enfilo por el Bulevar de los Sueños Rotos, también conocido como avenida del Doctor Esquerdo, que me escupe directamente frente al Planetario (no sin antes pasar por la Zona Cero, a la altura de Conde de Casal).

Sigo sin incidentes por Legazpi y Usera hasta salir finalmente al Paseo de Extremadura, completando exactamente el mismo trayecto que ya hice una de las muchas aciagas mañanas del frío mes de febrero. Esta vez no me quedo en la Casa de Campo, sino que sigo por el Paseo hasta la Riviera y después vienen Príncipe Pío, Plaza de España y Moncloa, centro neurálgico de estudiantes y borrachos por igual. Pero me adentro más en su núcleo, hacia Ciu y Metropolitano. Tras una empinada y agotadora cuesta salgo a Guzmán el Bueno, y ya todo lo que viene es el desenlace final. La "buena" zona de la 6: Nuevos Ministerios, Castellana, Francisco Silvela y de nuevo Manuel Becerra.

La única anécdota reseñable fue que estuve toda la tarde pendiente de la hora para ver el partido de 3º y 4º puesto de la Confe a las 9. Resulta que era a las 6 y que cuando me puse a buscar un bar para verlo estaba vengándose Italia en los penaltis. En fin, que me quedaba tiempo de sobra hasta la espantosa final para darme una merecida recompensa en forma de hamburguesa. Completa. Lo que no sabía aún era el completo desastre que nos quedaba por presenciar ese día pasada la medianoche.

Ya van quedando menos líneas. Y el contador de vida de los tiempos nefastos va llegando a su fin.

miércoles, 10 de julio de 2013

Itinerario línea 3

Completado itinerario línea 3: Sol - Moncloa, Moncloa - Villaverde Alto.




Y aquí sigo completando líneas de metro a pata. En esta ocasión fue el turno de la línea 3, algo más cortita, aprovechando que tenía un hueco la tarde del sábado, y que tampoco me iba a poder tirar muchas horas caminando. Salí de casa más bien tarde, ya que esta vez me fui sin haberlo planeado antes. A eso de las 5 y algo. Tras llegar a Sol (por supuesto andando) y hacer unas compritas improvisadas por allí, inicié la ruta de metro propiamente dicha desde allí hacia Moncloa, ese trayecto que tantas
otras veces habré hecho cuando he decidido acudir al lugar de las fiestas nocturnas por excelencia andando. No creo que fueran más de las 7 o 7 y algo. Tras llegar a Moncloa y hacer la foto de rigor, enfilé de nuevo Princesa para desemboccar otra vez en la Gran Vía y en Sol, continuando esta vez más allá, hacia el sur de Madrid. La caminata atraviesa toda la
Avenida de Andalucía, preámbulo de la A-4, pasando por el Doce de Octubre y terminando en la estación de San Cristóbal, uno de los muchos límites de nuestra ciudad. Aquí no puedo evitar contar la anécdota que me pasó al llegar a San Cristóbal, cuando solo queda la última estación, Villaverde Alto, para la que se debe girar a la derecha y meterse
profundamente en el barrio de Villaverde, pues queda bastante alejada de la Avenida de Andalucía. Ahí va.

"Villaverde. Uno de los barrios con peor fama de Madrid. Polígono industrial de Villaverde. Sábado. 10 de la noche. Oscuro casi de noche.
Ni un maldito alma en 10 km a la redonda. El ruido de un coche se aproxima por la calle a mis espaldas. De pronto, el ruido pierde fuerza.
El coche pierde velocidad. Cuanto más se acerca más despacio va. Efectivamente. Se para junto a mi. Ventanilla del copiloto bajada, descubro en su asiento a un muchacho mulato, de unos 15 años poco más o menos. Hacía muchos años que no sentía tanto miedo por mis posesiones materiales."

En fin, quizá debería tomar alguna que otra precaución más a la hora de elegir barrios, calles y horas del día. El fin de la historia es feliz. El conductor, español y con al menos la edad mínima para conducir, me pregunta por el Mercadona más cercano. Yo no soy de allí, pero no lo digo claramente y dudo, porque había visto el Mercadona antes. No me acerco demasiado al coche, la conversación dura como cosa de un minuto, hasta que dan media vuelta siguiendo mis indicaciones y desaparecen. El respiro de alivio tuvisteis que oírlo, estuvierais donde estuvieseis. Aún quedaba la sorpresa final: el trayecto final que me quedaba hasta el metro de Villaverde alto, estaba literalmente plagado de lumis. Tres por esquina, a lo menos. Cuasi-desnudas. En tanga y sujetador, o tanga y tetas. La casa de campo es un jardín de infancia en comparación con lo que hay allí. Vino a mi memoria Sin City y el barrio de las putas. Atravesando toda esa ola de inmundicia, llegué a la estación de metro, el metro que creo que he cogido con más ganas de toda mi vida.

Todavía quedaba llegar a casa, ducharse y arreglarse para salir a Cats, de nuevo cerca de Moncloa. Esta vez en metro. Quizá si hubiera evocado con más ahínco estos recuerdos que ahora escribo mientras sonaba Juan Magan, habría sacado valor de sobra para entrarle a cualquiera. En fin. Otra vez será.